Cuando la idea despierta al mundo

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Cada mañana, cuando la ciudad aún bosteza, hay un Founder/CEO que ya está en pie. No porque toque, sino porque quiere. Desayuna dudas con café fuerte y, entre sorbo y sorbo, repasa mentalmente el pitch de hoy: ese que —lo sabe— lo acerca un milímetro más al inversor correcto. La agenda avanza en bloques de quince minutos; la convicción, en bloques de eternidad.

Su rutina es una coreografía sin glamour: corregir una slide, ajustar una métrica, reescribir una frase. La magia no está en los fuegos artificiales, sino en elegir las palabras justas. Las que abren puertas y, sobre todo, miradas. Porque el momento clave no es el send del email, es el cruce de ojos en una sala: ese segundo en que el sueño deja de ser monólogo y se vuelve conversación.

No es una vida fácil. Hay días en los que los números cuadran más que las horas de sueño, y otros en los que no existe Excel que ordene el caos. A veces toca vender visión con la caja en rojo; a veces, decir que no a lo tentador para proteger lo importante. Y sí, hay altibajos: momentos de fe absoluta y de silencio incómodo, de aplausos tibios y de preguntas que pinchan como alfileres. Pero en todos ellos late la misma brújula: crear una nueva realidad.

Cada pitch es un ensayo general del futuro. No se trata solo de “levantar capital”; se trata de levantar sentido. El Founder/CEO camina con el guion aprendido y la historia viva, preparado para dejar espacio a la improvisación: el ejemplo que aterriza la propuesta, la métrica que desactiva la objeción, el silencio que subraya. Presenta, escucha, pregunta. Ajusta. Repite. Itera. Y al final de cada reunión, una certeza: hoy está un paso más cerca.

En el backstage de la épica hay trabajo de artesano: validar con usuarios, arreglar el bug de última hora, convencer al primer cliente, cuidar al equipo. No hay atajos. Hay constancia. Y hay una promesa que se renueva cada amanecer: “lo vamos a lograr”. No porque el mercado lo deba, sino porque el proyecto lo merece y el equipo lo empuja.

El inversor ideal existe. No es un hada madrina: es una persona que también ha apostado, que reconoce en esos ojos la mezcla exacta de riesgo y propósito. Ese día llega —siempre llega—, y no suena una orquesta: suena un “hagámoslo”. Entonces el Founder/CEO vuelve a casa caminando un poco más lento, como quien saborea el tramo final de una canción. Relee el term sheet, escribe al equipo, respira hondo. No es el final; es el inicio de aquello por lo que se trabajó tanto.

Mañana, otra vez, madrugará. Afinará el pitch, medirá el pulso del mercado, celebrará pequeñas victorias. Y seguirá mirando a los ojos, con emoción sincera, porque ahí —en esa intersección de palabras precisas y confianza compartida— empieza todo. Cada día. Cada pitch. Cada paso hacia la realidad que todavía no existe, pero ya pide escenario.



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