Reflexiones de un artista (asistido por una IA)

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El futuro llegó hace rato, reza un proverbio argentino.

Cuando era pequeño, allá en la Buenos Aires de los ochenta, con mis amigos jugábamos, entre otras muchas cosas, a soñar con un posible mundo cifrado en ese misterioso número: 2000. Coches voladores, teletransportación, viajes a la luna, Marte. El imaginario heredado de las ficciones que comenzaron en la década del 50 en el coloso del Norte, que rige nuestra cultura.

El tiempo, implacable, fue haciendo su camino y tanto yo como mis amiguitos nos dedicamos a diferentes cosas en un mundo al que, por ahora, no llegaron todas esas imágenes con las que soñamos. En mi caso, el derrotero de la vida se inclinó más por la expresión. Puedo decir que me dedico tanto al lenguaje de la palabra como al de la música con relativo éxito en ambas disciplinas. Con esto presento mis credenciales para hablar de este presente en el que irrumpe con fuerza una tecnología que abarca también el campo de la expresión. Algoritmos entrenados para generar. Porque esa es la clave. Hasta ahora, el único ente que generaba cosas éramos nosotros. Y de repente nos explota en la cara una tecnología con diversos potenciales, una ciencia que es hija de otra tecnología que nos ayudaba a analizar patrones y a resolver dilemas que a nosotros nos costaría millones de años, como es el pliegue de las proteínas, por dar un ejemplo.

Abierto el melón (cómo me gusta esa metáfora tan de aquí) aparecieron diversos actores sociales para analizar el presente, pero sobre todo el futuro. La pérdida del empleo, el dominio y adoctrinamiento por parte de corporaciones sin escrúpulos, la posibilidad de dedicarnos a la vida contemplativa una vez resuelto el dilema de la economía, el riesgo de seguir creando una población idiota regida por las redes sociales y el mundo absorbido por lo digital. Sesgos, renta básica universal, robots que hacen nuestras cosas mejor que nosotros. Luego aparece lo religioso con gente inteligente hablando de Singularidad, otros gritando “nos van a reemplazar”, “perdido nuestro propósito viviremos en un mundo virtual mientras las máquinas hacen todo”, “no quiero tomar la pastilla roja, escojo siempre la azul”, “nos ayudará”, “nos condenará”, “es una herramienta, un compañero que nos inspirará”.

A los seres humanos nunca se nos dio bien, en plan opinólogos, predecir. A las máquinas se les da mejor. (La salvedad estaría justamente con algunos artistas que en sus obras imaginaron mundos posibles mucho tiempo antes de que sucedieran). Julio Verne, George Orwell, Aldous Huxley, Arthur C. Clarke, Isaac Asimov, Philip K. Dick, fueron algunos de los más destacados en este campo de la predicción.

Gente que imaginó. Gente que pensó, como nosotros cuando éramos pequeños, aunque con una fuerza y atención tan grande como para inspirar a millones de personas y a la larga ver traducidas al mundo material sus ideas.

Reconozco que, como músico, como escritor, como humano creativo, al principio no entendí todo esto de la IA Generativa, o me pareció algo muy lejano, hasta que empecé a interiorizarme del tema y descubrí generativas que escribían, que hacían imágenes de la nada (o que trabajaban mejor si le sabías hablar bien) y generativas que, de la misma forma, con un poco de texto, te creaban una línea de bajo del género que se te ocurriera. Pánico. Pero luego empecé a leer sobre el tema (niños, lean, contra el mal, la lectura, siempre) y comencé a usar la IA como un compañero de trabajo, que a veces me inspira, me saca del atolladero mental y agiliza mis procesos de creación y otras me lanza unas pelotudeces más grandes que la luna. Por suerte, cada vez funciona más como en el primer caso y no tanto como en el segundo.

Entonces llega mi amigo Pepe, pensador humano si los hay, razonador empedernido, pero también hombre sensible, y me habla de un proyecto en el que la sinergia entre lo digital, lo físico, la cabida de la matemática algorítmica y la sensibilidad humana, trabajarían para llevar adelante un proyecto muy de estos tiempos. Y cuando me hablaba de StageLink me hizo acordar a mi infancia cuando pensaba en ese futuro, también me recordó a Asimov, a Verne, a Dick. La diferencia es que ya no era un niño soñando sino un hombre que a través de las palabras de su amigo veía concretarse un sueño: un lugar tecnológico, digital, físico, donde artistas, productores, fans, científicos, robots, pudieran expresarse para seguir desarrollando cultura de la buena. StageLink, se llamará, me dijo luego de finalizar con la exposición de su idea. Y lo vi, lo vi en una ciudad como Barcelona, donde convergen muchísimas personas creativas y que cada vez tienen menos posibilidades de sacar sus proyectos, su arte, del subsuelo agobiante y respirar en el mainstream e inspirar a más gente. También lo vi en el mundo en general y le dije, contá conmigo, me subo al barco.

No sé si las máquinas nos reemplazarán, en todo caso no lo creo. Definitivamente no será así mientras haya gente que piense bien, como los niños, como mi amigo Pepe.

 Y aquí estamos, como cuando éramos chicos, soñando cada vez mejor.

El futuro llegó hace rato, se llama StageLink.



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